LA CRISIS FINANCIERA MUNDIAL: CAUSAS, EFECTOS EN LA ECONOMÍA REAL Y REPERCUSIONES PARA MÉXICO

LA CRISIS FINANCIERA MUNDIAL: CAUSAS, EFECTOS EN LA ECONOMÍA REAL Y REPERCUSIONES PARA MÉXICO.



AGRADECIMIENTOS:

Nadie que haya leído un periódico, escuchado un noticiario televisivo o simplemente haya entrado en internet en los últimos seis meses no habrá oído hablar de la crisis financiera, la crisis económica e incluso lo que algunos hablan del fin del capitalismo tal y como se ha entendido hasta ahora. Ayer mismo nos desayunamos con dos noticias que añadir a la cantidad de malas nuevas sobre el sistema financiero que hemos recibido en los últimos meses; el rescate del Bank of America por más de 130.000 millones de dólares y las perdidas del año del CityBank, más de 18,000 millones lo que les ha obligado a dividir el grupo en dos; el Citycorp y el City Holding. Casi todos habrán escuchado términos como hipotecas subprime, crisis de confianza, falta de crédito, salvamento del sistema financiero y muchos otros en español e ingles.
Aquí y ahora vamos a intentar, utilizando el lenguaje más simple posible, explicar lo sucedido, porque y como hemos llegado a esta situación.
Veremos las diferentes análisis de la causas y las soluciones que hacen los analistas económicos de diferentes escuelas para una salida lo más rápida e indolora posible de la crisis, tratando de evitar en lo posible los daños irreversibles, y acabaremos dando una mirada a los efectos de esta crisis en la economía mexicana y las políticas fiscal y monetaria más apropiadas para afrontarla con éxito.

CRONOLOGIA Y CONTEXTO DE LA CRISIS
Repentinamente, en agosto de 2007, estalló la crisis financiera internacional. Nadie prestaba a nadie. Nadie quería financiar bancos u otras instituciones financieras, ni acorto, ni a medio, ni a largo plazo.
Había y hay dudas respecto a la calidad de los activos en que se han intervenido los créditos bancarios. Nadie sabía lo que valía ningún activo. Se puso en duda la actuación de las sociedades de rating. Quizá se habían equivocado. Los bancos empezaron a perder pasivo. Y se hizo imprescindible una intervención masiva de los bancos centrales de todo el mundo, que tuvieron que prestar dinero a corto plazo a los bancos, sobre la base de entrega de títulos sobre sus activos de una calidad determinada.
En definitiva, se había producido una crisis financiera global, un fenómeno sistémico, mundial, catalizado –originalmente– por el temor al impago de las hipotecas subprime, pero que después se extendió a todo tipo de activos. El primer síntoma de que era una crisis gravísima de confianza fue que el mercado interbancario, a nivel nacional e internacional, en el que los bancos se prestan rutinariamente dinero a corto plazo entre ellos, desapareció. Ningún banco se atrevía a prestar a otro banco, nacional o extranjero.
Veamos ahora, aunque sea brevemente las otras grandes crisis económicas que se produjeron a lo largo del siglo pasado.
EL 'CRACK' DEL 29
24 de octubre de 1929. Trece millones de títulos se ponen a la venta a precios irrisorios, pero no hay compradores. La Bolsa de Nueva York, el mayor mercado de valores del mundo, comienza hundirse en una jornada conocida como el Jueves Negro de Wall Street. Los mercados bursátiles cayeron en picado después de varios meses de inestabilidad que pusieron punto y final a los felices años 20, en los que cientos de miles de ciudadanos se sumaron al 'boom' especulativo e invirtieron sus ahorros buscando fortuna. Paquetes de acciones por menos de un tercio de su valor, empresarios y multimillonarios lanzándose desde rascacielos, la Policía clausurando la Bolsa... El pánico se extendió tan rápido entre los inversores que a pesar de la inyección de capital realizada por los bancos, fue inevitable el Lunes Negro y el Martes Negro. El colapso se alargó un mes desembocando en una gran crisis bancaria —de 1929 a 1931 quebraron cerca de 2.000 bancos—. El 'Crack', que coincidió con el inicio de la Gran Depresión, se extendió a todo el mundo por la dependencia financiera y económica con Norteamérica. Aunque la recuperación económica de EEUU ya era visible en 1940, hasta 1954 el Dow Jones no volvió a alcanzar los niveles anteriores a la crisis del 29.
PRIMERA CRISIS DEL PETRÓLEO (1973-1975)
Es desde hace décadas un continuo quebradero de cabeza para la economía mundial. El petróleo, la fuente de energía más demandada, protagonizó su primera gran crisis en 1973. La negativa de la OPEP de exportar crudo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra del Yom Kippur (EEUU y sus aliados de Europa Occidental) fue una de las principales causas. Esta restricción y la posterior subida del precio afectó tanto a industrias, como a empresas y particulares que tuvieron que racionar la energía —el uso del automóvil o del televisor llegó a estar sometido a horarios limitados en algunos países—. A esta decisión, hay que sumarle el caos en el que estaba sumido el sistema monetario internacional tras la decisión de Nixon de desligar el dólar del patrón oro.
Las altas tasas de desempleo, el aumento de la pobreza, la disminución del consumo hicieron planear la sombra del 29. No obstante, muchos especialistas sitúan las causas de esta crisis como una evolución propia del sistema capitalista debido, entre otras cosas, a los avances tecnológicos que provocaron una gran reducción de las plantillas. Con esta crisis se empezó a cuestionar el funcionamiento del 'Estado de bienestar'.
2ª CRISIS DEL PETRÓLEO (1980 - 1982)
Cinco años tardó el oro negro en volver a poner en jaque a los países desarrollados. La segunda crisis llegó de la mano de la guerra que enfrentó a Irán e Irak. El conflicto provocó la congelación inmediata de las exportaciones de crudo iraníes y una subida desorbitada de los precios. En esta ocasión, las medidas paliativas no se hicieron esperar y las grandes potencias pusieron en marcha restricciones en el consumo, mientras los especuladores no dudaron en aprovechar el tirón. No obstante, el aumento de la producción de Arabia Saudí y la posterior reanudación de las exportaciones de Irán provocaron una bajada de los precios del crudo.
LA CRISIS ASIÁTICA (1997)
Los 'Tigres Asiáticos' sufrieron la peor crisis de su historia a finales de los 90. La excesiva ambición de un gran número de inversores que creyó ver en esta zona una 'mina de oro', explotó cuando en 1997 el déficit comenzó a subir de forma imparable. Los continuos escándalos financieros y una pésima política de préstamos contribuyeron a una gran devaluación de la moneda. No obstante, el momento más duro llegó cuando explotó la burbuja japonesa: el precio de los activos cayó en picado, dejando huella en los mercados internacionales. Gracias al Fondo Monetario Internacional los mercados asiáticos recuperaron el ritmo de crecimiento anterior a la crisis
CRISIS DE LAS 'PUNTOCOM' (2001)
El rápido desarrollo de Internet y de las empresas que operaban en la red provocó un aumento desorbitado de la inversión en este campo, que provocaron una increíble subida de las acciones, creando con ello una burbuja especulativa. Este sector alcanzó su máxima cotización en 2000, pero tan solo un año después comenzó la caída. Los beneficios casi 'milagrosos' que se esperaban de estas empresas no llegaban y los inversores comenzaron a huir en desbandada del capital de las compañías. La crisis, al estar centrada principalmente en EEUU, no tuvo las dimensiones de las anteriores.

Miremos ahora hacia atrás unos años para ver la cronología y el contexto en que se produce la actual crisis:
El ciclo alcista mundial previo a la crisis financiera
Una crisis tan profunda, rápida y global, pues afectó, y afecta, a todos los sistemas financieros nacionales, ocurre en el contexto de una economía mundial globalizada, que no es otra cosa que una economía que funciona con muchas más transacciones comerciales, financieras e inversoras entre todos los países.
Un fenómeno provocado por la conjunción de diversos acontecimientos, algunos de los cuales son los siguientes:
1. En apenas unos años, desde que en 1978 Teng Siao Ping alcanza el poder en la China de Mao hasta la desaparición de la URSS, más de la mitad de la humanidad se encontró, en parte, liberada de las políticas económicas del socialismo.
2. Una política monetaria expansiva en Estados Unidos, desde principio de los 90 que repercute en toda el área del dólar, la mayoría, de hecho, de todo el mundo, y que es acompañada, a partir de la creación del euro, en 1998, por otra igualmente laxa del Banco Central Europeo.
3. Libros como el de Fukuyama sobre el final de la historia reflejan la pérdida de temor a que se reproduzcan políticas intervencionistas en cualquier parte del mundo. Se reducen los diferenciales de riesgo entre países, entre empresas y entre distintos activos.
4. Alan Greenspan justificaba su política monetaria expansiva en que, según él y los indicadores que manejaba, en Estados Unidos se había producido un crecimiento histórico de la productividad. Por eso eran necesarias mayores dosis monetarias. De afirmaciones de este tipo a creer que los ciclos se habían acabado no había más que un paso, y muchos lo dieron.
5. Países como China, que lleva más de 30 años creciendo al 10% anual acumulativo, y como la India, que más tardíamente decidió que había llegado el momento de crecer y que para hacerlo eran necesarias políticas más liberales y un cierto respeto a los derechos de propiedad, son seguidos por otros muchos países, una vez comprobado que el aumento de la renta per cápita no resulta, automáticamente, en el derrocamiento de los regímenes dictatoriales y autoritarios.
6. La pobreza, la miseria y el hambre disminuyen como nunca antes lo habían hecho fundamentalmente por el crecimiento de los dos países más habitados del mundo: China y la India y de los llamados “tigres orientales”. Se comprueba que eran muchos los países que contaban con una población educada, que tenían posibilidades de crecer si se reconocían ciertas libertades de decisión a las familias y las empresas. Incluso África, con retraso respecto al resto del mundo, mejora su ritmo de crecimiento a partir del año 2001, al tiempo que en algunos países aumenta, significativamente, el nivel de vida.
Todo ello no habría sido posible sin inversiones directas en muchos países, sin créditos bancarios y, sin que los tipos de interés no fueran excesivamente altos.
Pero, al final de un periodo de expansión sin precedente de la economía mundial, se comenzaron a detectar excesos en casi todos los países con la característica común de subidas fortísimas de los precios de algunos bienes.
Veamos ahora el contexto económico en el que se produce la crisis
La economía mundial llevaba, en 2007, al menos ocho años creciendo a tasas crecientes, que habían alcanzado el 5% anual en los últimos cinco años. Ese crecimiento ha terminado por provocar inflaciones de gravedad en muchos países, pues como hemos anticipado, ha habido dinero para todo y para todos. Para invertir en proyectos sensatos, para hacer infraestructuras, para financiar los sectores en teoría más productivos y para construir millones de viviendas. Unas veces ha habido inversiones directas y otros préstamos financieros de todo tipo.
Los tipos de interés -quizá lo más llamativo- han sido bajísimos para todos los países. Los inversores internacionales han llegado a valorar como similar el riesgo de invertir en México que en el Reino Unido, que en Rusia, Brasil, China o Estados Unidos, por poner sólo unos ejemplos.
Los efectos de las facilidades de capital y crediticia han sido diferentes:
1. La oferta de alimentos, de algunos productos básicos, como el petróleo, el de la necesidad de nuevas infraestructuras y la demanda de medios de transporte no ha podido crecer tan rápidamente como la demanda.
2. Ha habido otros bienes, como los inmuebles, en los que la oferta ha terminado por ser muy superior a la demanda en muchos países.
3. Esa desigual respuesta, diferente según países y sectores, se puede explicar en unos casos por un nivel de precios, al comienzo de la expansión, excesivamente bajos, que no hacían atractiva la inversión; en otros, porque el proceso de inversión para aumentar la oferta es necesariamente lento; en otros, finalmente, porque se ha descuidado la inversión en investigación, como por ejemplo en la mejora de la productividad de la agricultura a nivel mundial.
Los principales estrangulamientos que están afectando al crecimiento mundial y los efectos del exceso de dinero en la construcción de viviendas en muchos países desarrollados han terminado por provocar una subida de la inflación que, en muchos países del mundo, alcanza ya los dos dígitos, y que ha llevado a las autoridades monetarias a modificar su política por el temor a que esa subida de precios se traslade al resto de los precios y salarios y nos lleve a todos a una inflación descontrolada.
Esos estrangulamientos y esos excesos se han manifestado en los siguientes sectores y por las razones que se exponen sucintamente a continuación:
1. El petróleo. El aumento de la producción de petróleo requiere enormes inversiones en exploración e investigación, en nuevos campos, en oleoductos, en nuevas refinerías, en nuevos petroleros.
2. Las infraestructuras. El aumento del comercio nacional e internacional requiere grandes inversiones en carreteras, líneas ferroviarias, puertos y aeropuertos.
3. Los alimentos. El aumento de la producción de alimentos requiere nuevos regadíos, más tecnología e investigación para la mejora de la productividad y la liberalización de los mercados de los países desarrollados.
4. La vivienda. No es un accidente que se presenten simultáneamente problemas de excesos de producción de viviendas en muchos países desarrollados, porque el gran volumen de dinero en circulación ha hecho que los precios de esos activos crezcan más deprisa que otros y los inversores se han sentido confiados en el carácter real de sus activos y la experiencia previa de muchos años con crecimientos constantes de los precios. Aunque, eso sí, han preferido olvidar la crisis financiera japonesa, provocada por precios exorbitantes de todo tipo de activos inmobiliarios.
No es tan sencillo aumentar la producción de alimentos, pues se requieren políticas más liberales en lo comercial, mayores inversiones, mayor investigación y vencer los algunos prejuicios antidesarrollistas claramente excesivos de los ecologistas.
Por su parte, mientras la demanda de petróleo crezca al 4%-5% anual y la oferta sólo sea capaz de hacerlo al 2%, habrá tensiones al alza en los precios del petróleo y de otros productos energéticos. El aumento de la producción de muchos minerales, básicos para la producción industrial, requiere tiempo, pues hay que hacer minas, transportar el mineral, construir plantas de tratamiento y, nuevamente, infraestructuras para su comercialización, y hasta que el aumento de la oferta no sea suficiente, habrá tensiones al alza en los precios.
Esa era la situación cuando tiene lugar la crisis financiera internacional de agosto de 2007. Exceso de dinero, tipos de interés demasiado bajos, altos precios de muchos activos en los países desarrollados y falta de tiempo e inversiones para que la oferta de productos básicos, como alimentos y productos energéticos, fuera capaz de crecer al ritmo de la demanda, evitando así subidas espectaculares de sus precios.
Por eso, la actual crisis es tan compleja, porque afecta a sectores muy diversos en diferentes partes del mundo y se manifiesta, en todos los casos, con aumentos de precios.
En algunos casos, como en el de la vivienda, estas subidas son capaces de incentivar la oferta en el medio plazo (4-6 años), pero en otros, como los de los alimentos y el petróleo, aún no ha habido tiempo suficiente como para que la oferta crezca.

LA CRISIS FINANCIERA EN LOS EEUU
La crisis financiera originada en EEUU es una de las más graves de las últimas décadas. De momento, ya se ha llevado por delante a varios gigantes financieros del país y su contagio se ha extendido a todo el mundo. El mayor motor económico del planeta se ha visto obligado a realizar las mayores intervenciones en empresas conocidas hasta la fecha para calmar los mercados, mientras la crisis se ha trasladado ya a las economías 'reales'.
Expliquemos lo que sucede con un ejemplo; Mario es un fontanero de cualquier país que quiere ampliar su negocio y acude a su banco habitual para pedir prestado dinero. «Lo sentimos, esta vez no podemos ayudarte», es la educada pero dura frase que recibe en la sucursal. A Mario le cuesta entender en un principio que la reticencia de su banco o caja de toda la vida y que ya le había concedido un crédito solo cuatro años atrás y que tiene que ver el que le concedan el crédito o no con la concesión de hipotecas en EEUU, a personas con un mal historial de morosidad y con pocos ingresos. Al final intenta informarse y tras hacerlo comprende la decisión de su banco.
El convencimiento no ha crecido por generación espontánea. Antes ha leído periódicos en los que se dice que la crisis financiera originada en EEUU es la peor desde la Gran Depresión de los años 30. Sigue leyendo los diarios y, pese a las crípticas informaciones que vislumbra —«la economía parece tener un lenguaje sólo para entendidos», se dice— consigue hacerse una idea general de lo que ocurre.
En Estados Unidos, las ambiciones de los bancos han ido más allá de lo recomendable y concedieron hipotecas a personas con empleos inestables o con pocos ingresos, con la confianza de que el precio de las casas nunca bajaría —, lo que compensaría la posibilidad de que estas personas dejaran de pagar. Pero al final, la burbuja inmobiliaria estalla y comienzan a aumentar los impagos de las hipotecas, lo que a la postre acaba por provocar que el precio de los pisos acabe bajando. Y el problema no es sólo inmobiliario. En los últimos años se crean nuevos productos de inversión ligados a esas hipotecas de alto riesgo —también son los más rentables porque los intereses y sus beneficios son más altos—. Grandes fondos de EEUU y de otros países invierten en esos productos, cuyo valor se desploma ante la caída del valor de los pisos.
Los bancos de EEUU comienzan a tener fuertes pérdidas y empiezan a desconfiar unos de otros, una situación que comienza a contagiarse por todo el mundo: vivimos en una época globalizada y Wall Street sigue siendo el corazón financiero. Los bancos se prestan dinero entre sí para hacer frente a sus obligaciones. Evidentemente, se cobran intereses para hacer estas operaciones rentables. Sus recelos a la hora de prestar hace que esos intereses suban, provocando, indirectamente, que las hipotecas acaben encareciéndose.
La falta de dinero de los bancos hace que comiencen a dar menos préstamos a empresas y particulares. Por eso, el banco de Mario se niega a darle el crédito. Sin esos préstamos, las empresas se resienten y sufren parones en su actividad, lo que acaba por hacer que la economía crezca menos y el desempleo suba. «Yo pensaba contratar una persona, pero sin el préstamo no puedo hacerlo», piensa el fontanero protagonista de esta historia.
El panorama es 'negro'. Con la quiebra de varios bancos y el rescate de otros, los problemas se han agravado. Una de las particularidades de esta crisis es que cuanto más se alargue en el tiempo más afectará a la economía 'real', es decir, entramos en una época de recesión que puede ser larga. Esto se debe también a que la psicología juega un papel muy importante en la economía. La confianza de los ciudadanos cae cada vez más, lo que produce un mayor temor a consumir, algo que acaba por dañar aún más el crecimiento.
Mario lee que la crisis provocará un cambio en los bancos: aumentará la regulación, sobre todo en EEUU, habrá fusiones y aumentará el peso de la banca de toda la vida —oficinas y trato directo con el cliente— en detrimento de los productos 'milagrosos' que ofrecían grandes rentabilidades.
Finalmente, cuando se entera de las cantidades millonarias y astronómicas desembolsadas por Estados Unidos y los países europeos para 'rescatar' los bancos que han montado todo el lío, crece su indignación. "Siempre pagan los mismos", piensa.
A partir de las informaciones que se han reproducido en los periódicos y en los informativos de televisión e incluso de las opiniones vertidas por sesudos analistas políticos y económicos que no debieron de pasar de segundo o tercer semestre de la licenciatura o que simplemente han recibido un curso acelerado de cómo funciona el Sistema Financiero las deducciones de Mario son las normales. Pero no todos piensan que los únicos y grandes culpables de la crisis son los bancos privados, los especuladores de valores y las empresas de calificación, hay otros, entre los que me encuentro, que pensamos que los grandes culpables de esta crisis no son otros que las autoridades monetarias de los bancos centrales, fundamentalmente de la FED y del Banco Central Europeo y también los gobiernos de estos países que fomentaron políticas de expansión monetaria que ya se ha comprobado una y otra vez agravan los inevitables ciclos económicos y convierten las normales recesiones en autenticas crisis económicas muy graves.
Esta crisis se trata de un fenómeno mundial, pero su gestación se da principalmente en Estados Unidos. Se mezclan problemas de finanzas públicas, de balanza de pagos, de política monetaria, de supervisión financiera y hasta de la idiosincrasia de cada país.
Por consiguiente, es de enorme complejidad y no hay explicaciones simples y a la vez buenas. No obstante, puede afirmarse, sin mucho riesgo de errar, que, como en todas crisis, el abuso del crédito ha sido el factor principal.
En tiempos pasados, la mayoría de los estadounidenses eran gente ahorrativa. Se veía mal tomar crédito, ya no digamos para el consumo, sino incluso para los negocios. Esto fue cambiando a través de los años y en tiempos recientes, el gobierno estadounidense, los consumidores y las empresas, en especial las del sector financiero, estuvieron haciendo un uso desmedido del crédito, práctica que conduce a situaciones muy peligrosas.
Los reveses económicos afectan de manera especialmente severa a las personas físicas, a las empresas y a los gobiernos que se encuentren muy endeudados. Ante las adversidades, los gastos de los deudores deben contraerse drásticamente y muchos créditos dejan de pagarse. En esas condiciones la demanda de bienes y servicios se desploma y las empresas ven disminuidas sus ventas. Entonces, ellas también cortan sus gastos y despiden personal, formándose una espiral descendente de la actividad económica que, a su paso, puede ir derribando intermediarios financieros.
Resulta peligroso tratar de evitar el desarrollo de esa espiral descendente por medio de políticas monetarias o fiscales laxas, porque, si bien pueden posponer la formación de la espiral, no es seguro que logren eliminar la posibilidad de su posterior y más impetuoso desarrollo.
A principios del presente milenio, la economía de Estados Unidos se encontraba en recesión. Había el temor de que esta situación pudiere prolongarse por largo tiempo, como sucedió en Japón durante la década de los noventa. Es probable que la experiencia japonesa haya pesado en el ánimo de las autoridades monetarias estadounidenses, llevándolas a bajar drásticamente, y por largo tiempo, las tasas de interés. Pensaron que de esa manera se estimularía la inversión, principalmente en la construcción de bienes raíces.
En efecto, la economía se reanimó pero, a la vez, se propició la proliferación de las hipotecas subprime que, combinadas con el desarrollo vertiginoso del mercado de instrumentos derivados y estructurados, creó un castillo construido tanto con materiales fuertes, como con una buena cantidad de naipes.
Eventualmente, partes importantes del castillo se vinieron abajo. El colapso de uno o pocos naipes fue capaz de causar la ruina de amplias secciones del castillo, ya que todas las piezas de una construcción interactúan, en forma directa o indirecta. Los naipes eran las personas, las empresas y, sobre todo, los intermediarios financieros que habían abusado del crédito.
Muy pocos predijeron la crisis. Todo empezó con una drástica bajada del precio del dinero, que supuso una masiva inyección de liquidez en la economía y una relajación del crédito. Éstas son las causas de una catástrofe gestada entre bancos, inversores, tomadores de hipotecas, bancos centrales, aseguradoras y fondos.
Conforme a los economistas clásicos, o mejor seria decir neoclásicos y mayoritarios, y la mayoría de los analistas todo empezó en 2003, cuando el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, empezó a hablar del peligro de deflación, es decir, de una caída de los precios. Ése es uno de los fenómenos más peligrosos en una economía, porque si los precios caen, es que la gente no consume. Así que Greenspan, con la ayuda de uno de sus más cercanos asesores en la Fed, Ben Bernanke, promovió una drástica bajada del precio del dinero hasta el 1%. Eso supuso una masiva inyección de liquidez en la economía y una relajación del crédito. Greenspan, así, incumplió la que debe ser la primera obligación de un banco central, que es «llevarse el alcohol cuando la fiesta todavía no ha acabado», por utilizar la frase de William McChesney Martin, que dirigió la Fed en los años 50 y 60. El banco central inyectó más dinero de la cuenta en EEUU.Y el resultado fue una borrachera. Y de las grandes.
Con el exceso de liquidez, los bancos empezaron a conceder créditos inmobiliarios a más y más gente. ¿Por qué? Porque, con el precio del dinero oficial tan bajo, apenas les quedaba margen de beneficios en las cuentas y depósitos. La clave era crear hipotecas, en las que el cliente pagaba un interés, con lo que el banco obtenía un beneficio.
Al principio, los grandes bancos rechazaron entrar en ese juego, porque se estaban empezando a romper todas las normas de control de riesgos. Pero, ante los avances de la competencia, ellos también tuvieron que empezar a hacerlo. Así, en poco tiempo, se estaban concediendo 'liars loans' ('créditos mentirosos') a personas que no sólo no cumplían los requisitos necesarios para acceder a ellos, sino que estaban mintiendo sobre sus ingresos (frecuentemente, con el respaldo de los bancos). Greenspan animó, además, a que los estadounidenses tomaran hipotecas a renta variable, algo poco frecuente en EEUU.
A su vez, los bancos vendían esas hipotecas. En otras palabras: las transformaban en bonos y las colocaban en el mercado de renta fija. Con esa estrategia, en teoría, se diversificaba el riesgo. Y, para diversificarlo aún más, empezaron a mezclar diferentes tipos de hipotecas y de activos en un mismo bono. De esta manera, todos estaban contentos. El consumidor, porque accedía a hipotecas baratas, frecuentemente con un periodo de carencia de dos años hasta que los intereses empezaban a variar. El banco, porque tenía clientes y a su vez se deshacía de esas hipotecas, algunas de las cuales, evidentemente, iban a presentar problemas cuando la Reserva Federal subiera los tipos de interés. Los tenedores de bonos, porque tenían numerosos activos a su disposición que, además, podían asegurar sin problemas, porque las agencias de calificación de riesgos, que miden la solvencia de las emisiones, daban a esos títulos calificaciones excelentes.
Después, las cosas se complicaron. Los bancos aprovecharon para sacar de sus balances los bonos basados en hipotecas. ¿Cómo? Creando 'conduits' o vehículos especiales de inversión, que son entidades vinculadas al banco pero jurídicamente independientes de él. Esos 'conduits' compraban las hipotecas, con lo que éstas no estaban en el balance de los bancos. A su vez, los bancos empezaron a prestarse dinero unos a otros utilizando como garantía esos créditos hipotecarios. Y entraron los 'hedge funds', que son fondos que no están regulados, por lo que suelen correr riesgos mucho más grandes. Éstos también compraban y vendían bonos, y se endeudaban utilizando esos mismos bonos como garantía.
En esencia, eso fue lo que pasó. Todos estaban comprando, vendiendo y asegurando unos bonos muy peligrosos, y a su vez se estaban endeudando (frecuentemente para adquirir más bonos) usando esos bonos como garantía.
A partir de 2004, la Reserva Federal empezó a subir los tipos de interés. Pero lo hizo de una forma extremadamente gradual, con lo que la fiesta no terminó. Sólo a finales de 2006, la combinación de unos tipos más altos y el final del periodo de carencia en muchas hipotecas empezó a hacer mella en quienes habían contratados créditos 'subprime', es decir, de alto riesgo.
Y ahí fue cuando el castillo de naipes empezó a venirse abajo. Los primeros impagos cuestionaron la solvencia de todo el sistema. ¿Por qué? Porque los bonos incorporaban hipotecas (y otros activos) de diverso tipo. Y nadie sabía si lo que había comprado valía algo o no. O si los bonos que su socio había utilizado como aval para pedirle un crédito tenían algún valor. La Reserva Federal y los demás bancos centrales occidentales respondieron inyectando más liquidez en la economía, con la esperanza de que, con más dinero en circulación, el mercado se desatascara. Pero el miedo era demasiado grande. Un miedo comprensible. Hasta la fecha, la crisis ha costado al sector financiero alrededor más de i billón y medio de dolares en pérdidas. Y la factura final puede ser el doble, sobre todo a medida que los bancos europeos, que hasta ahora no han declarado en su totalidad lo que han caído sus activos, empiecen a admitir sus minusvalías.
Es así como hemos llegado a la actual situación, en la que se da lo que se llama una contracción del crédito. Nadie presta dinero a nadie porque nadie sabe si el otro es solvente. El pánico es tan grande que las entidades financieras han dejado de conceder créditos a las empresas que no están involucradas en estas operaciones y a los consumidores. Ahora, EEUU espera solventar la crisis haciendo que el Estado compre a las empresas financieras casi 800.000 millones de dólares de esos bonos a los que ya se denomina «activos tóxicos». Y la UE ha aprobado una medida similar en Europa, con un costo de otros 300.000 millones. El problema es que esas actuaciones no solucionarán todo el problema. Y, además, puede que lleguen demasiado tarde para evitar una recesión mundial.
EL PLAN DE RESCATE
Todo comenzó con un plan de 700.000 millones de dólares con el que la Administración Bush pretendía acabar con la incertidumbre y el caos creados tras el hundimiento de la banca de inversión e hipotecaria. El programa, diseñado por el secretario del Tesoro, Paulson, para todo el sistema bancario no surtió el efecto esperado, ante una crisis que era global y requería respuestas globales. El cambio de timón en el rescate de EEUU se produjo después de que el FMI, la UE y el G-7 anunciaran medidas coordinadas, la mayor parte inspiradas en el modelo británico. Paulson confirmó que se abandonaba la idea inicial de comprar activos tóxicos y avanzó que las ayudas se extenderían a otras empresas importantes para financiar a las familias.
El 20 de septiembre, el presidente estadounidense, George Bush, anunciaba una intervención histórica para atajar una crisis que había llegado demasiado lejos. Célebres nombres de la arena bursátil de Nueva York, como Lehman Brothers o Bear Stearns, ya eran historia, y la crisis amenazaba por cambiar la fisionomía de Wall Street, comenzando por la transformación de Morgan Stanley y Goldman Sachs al negocio de la banca comercial.
Con un coste previsto de 700.000 millones de dólares, el programa de medidas pretendía acabar con el bloqueo del sistema financiero, en el que los bancos no se prestan dinero entre ellos porque desconfían los unos de los otros tras la caída de grandes entidades del país.
El camino no ha sido fácil. El primer texto presentado por el Tesoro al Congreso tenía tres páginas, lejos de las más de 400 de la versión final. Fueron necesarias dos semanas de arduas negociaciones entre republicanos y demócratas, en las que hubo un principio de acuerdo truncado y un «no» en la Cámara de Representantes. Las principales críticas se centraban en que las medidas propuestas, con un coste muy elevado para los contribuyentes, iban dirigidas a salvar precisamente a aquellas entidades causantes de la crisis.
El plan era adquirir la deuda que condujo a la quiebra a bancos de inversión, entidades hipotecarias e inmobiliarias, relacionadas con las hipotecas de alto riesgo. Pero poner precio a dichos activos no era tarea fácil, ya que según el valor de mercado, sería prácticamente nulo.
Finalmente, el Senado incluyó diversas modificaciones para extender el alcance de las medidas a los ciudadanos y dio luz verde al texto antes de pasar por segunda vez por la Cámara, donde, esta vez sí, recibió el visto bueno. Pero el plan no convenció a los mercados, que reaccionaron con nuevos desplomes históricos. La crisis de confianza ya se había contagiado al resto del planeta y era necesaria una respuesta global.
Fue entonces cuando el Fondo Monetario Internacional, el G-7 —que agrupa a los países más ricos del mundo— y la eurozona decidieron adoptar medidas coordinadas para hacer frente a la crisis en un fin de semana frenético de octubre. El modelo británico, presentado por Gordon Brown esa misma semana de octubre, fue el que se impuso en la Unión Europea. La idea del 'premier' era entrar en el capital de los bancos para asegurar su refinanciación. Incluso EEUU, paladín del liberalismo, se resignó entonces a regañadientes a 'nacionalizar' parcialmente su banca. Paradójicamente, Bush se vio de repente a remolque de la iniciativa europea en una crisis originada en su país.
Días después, Paulson anunciaba que abandonaba la idea inicial de comprar activos tóxicos, ya que se había demostrado más útil entrar directamente en el capital de las empresas. Además, puesto que la crisis se recrudecía y se cobraba víctimas en otros sectores, anunció que las ayudas se extenderían a otras empresas de importancia en la financiación de las familias. Días más tarde, este compromiso se materializaba en dos nuevos planes de 800.000 millones de dólares, uno para rescatar el mercado financiero y otro para el consumo.
Éstas son las claves del programa:
COMPRA DE LA DEUDA
El Gobierno decidió abandonar la compra de activos 'tóxicos' y orientar el programa a la adquisición de los denominados activos 'sanos', aquellos que tienen la máxima calificación crediticia (AAA) por parte de las agencias de calificación. El plan de ayuda al mercado hipotecario destinará medio billón de dólares adicionales a la adquisición de activos respaldados por hipotecas de Fannie, Freddie y Ginnie Mae. Otros 100.000 millones se utilizarán para comprar deuda de las conocidas como agencias de garantía hipotecaria esponsorizadas por el Gobierno (Fannie Mae, Freddie Mac y Federal Home Loan Banks).
IMPULSO AL CONSUMO
Los dos grandes problemas de la economía —la crisis de la vivienda y la falta de crédito disponible— hacían necesario extender las ayudas previstas en el primer plan de 700.000 millones a empresas importantes para la financiación de los hogares, como las tarjetas de crédito y las financieras de automóviles. La Fed de Nueva York prestará hasta 200.000 millones de dólares para activos que tengan el respaldo de préstamos al consumo o a pequeñas empresas.
ADQUISICIÓN DE ACCIONES DE LOS BANCOS
El plan destinará 250.000 millones, buena parte del presupuesto total, a la compra de acciones de los bancos para dotarles de liquidez con la que hacer frente a las restricciones crediticias que acusa en la actualidad todo el sistema. La adquisición de títulos por parte del Departamento del Tesoro se hará bajo condiciones ventajosas, como el derecho a un dividendo anual del 5% durante los cinco primeros años y del 9% a partir de esa fecha. No obstante, estas acciones no otorgarán derechos de voto.
INCREMENTO EN LAS GARANTÍAS DE LOS DEPÓSITOS
Ésta fue una de las novedades incluidas en el plan tras el rechazo en la Cámara de Representantes. Tanto el ya presidente electo, Barack Obama, como el que era en ese momento candidato republicano, John McCain, pidieron aumentar la garantía mínima de los depósitos concedida por el Gobierno de 100.000 dólares a 250.000, en un intento por atraer a quienes se mostraban más críticos con el programa por considerar que no proponía suficientes medidas de cara a las familias.
LIMITACIONES A LA REMUNERACIÓN DE DIRECTIVOS
El plan prevé limitaciones a la remuneración de los directivos de aquellas entidades que participen en el programa, por lo que no podrán recibir beneficios multimillonarios —los llamados 'paracaídas de oro'— cuando son despedidos. Éste era uno de los puntos en que demócratas y republicanos mantuvieron diferencias desde el principio. Los demócratas estaban en contra de que el dinero de los contribuyentes se utilizase para pagar los despidos de las entidades que ahora tienen problemas.

REPERCUSIONES DE LA CRISIS EN MÉXICO
Vemos por tanto que el mundo ha empezado a sufrir una crisis económica de la que no se está librando país alguno. Una crisis sin parangón desde la que se vivió en los años treinta del siglo XX.
Los síntomas comunes de las crisis económicas son el descenso, o por lo menos, estancamiento, de la producción y de los ingresos reales de la mayor parte de la población y, sobre todo, la reducción del empleo. Suele también ser característica de las crisis una redistribución significativa de la riqueza y del ingreso nacional.
En cuanto a las causas, como ya hemos visto que siempre aparece la laxitud en el otorgamiento del crédito y el abuso en su utilización, ya sea por parte de gobiernos, empresas o personas físicas.
Comparemos ahora esta crisis con otras acaecidas en México a partir de los años setenta del siglo pasado. Coinciden, de alguna manera, con crisis de distinta intensidad ocurridas en otras partes del mundo, aunque estas tenían más bien causas endógenas y la actual es exógena.
La crisis de 1976
A principios de los setenta se percibía cada vez más el desorden fiscal que algunos años antes se empezó a gestar en Estados Unidos, como consecuencia de la guerra de Vietnam y de los proyectos de la Gran Sociedad del presidente Johnson. Aquel desorden fue minando la confianza en el dólar y en el sistema monetario derivado de Bretton Woods que, de facto, había convertido al dólar en la moneda de reserva para todos los países. Existía en el mundo una inconformidad creciente con que Estados Unidos financiara su déficit, fiscal y de cuenta corriente (de la balanza de pagos), mediante el crédito que le otorgaban otros países por la acumulación de reservas en dólares. En su momento, fue el general De Gaulle el líder de la inconformidad.
Francia y otros países empezaron a exigir a Estados Unidos el pago en oro de los dólares acumulados en sus reservas, pago al cual, según las estipulaciones de Bretton Woods, los vecinos del norte estaban obligados. En consecuencia, el arreglo de Bretton Woods se vino abajo en 1973 y, de entonces en adelante, se estableció la flotación entre las monedas europeas, el yen japonés y el dólar estadounidense.
Sin embargo, la mayoría de los países en desarrollo siguió manteniendo un tipo de cambio fijo o programado respecto del dólar (banda, desliz o banda deslizante) y sus reservas internacionales invertidas en esta moneda.
El resultado de todo ello fue una inestabilidad financiera en los países industrializados y otros, que no propiciaba el crecimiento. A ello vino a sumarse un nuevo problema: el alza de los precios del petróleo. Como es sabido, los principales países exportadores del crudo se pusieron de acuerdo para subir sus cotizaciones. Esta acción tuvo un efecto recesivo sobre la economía mundial. En los años 1974 y 1975, el PIB de Estados Unidos descendió 0.64 y 0.44%.
Así, el entorno internacional no resultaba el más favorable para México. A pesar de ello, difícilmente se puede afirmar que haya sido el detonante de la crisis de 1976, pues para ese año la economía mundial ya se estaba recuperando: el PIB de Estados Unidos creció 6.2%. Aquella crisis es más bien atribuible a una perniciosa combinación de factores internos: un gasto público desmesurado y una abundante retórica populista, dirigida contra los países capitalistas desarrollados, en especial EU, y contra el empresariado nacional, en particular el más importante.
Paradójicamente, no obstante los sobresaltos del sistema monetario internacional, hubo condiciones muy favorables para financiar con recursos externos parte importante del incrementado gasto público. Los países exportadores de petróleo acumulaban dólares a gran velocidad. En los países en desarrollo encontraron a quién prestarlos, particularmente en aquellos, como México, que habían logrado ganar un buen nombre en los mercados financieros internacionales. La deuda pública externa, de sólo 4,263 millones de dólares a finales de 1970, 12% del PIB, alcanzó 19,600 millones de dólares al cierre de 1976, 35% del PIB.
El abundante crédito externo recibido por el gobierno mexicano no fue suficiente para financiar el desbordado gasto público. Se echó entonces mano del crédito de los bancos mexicanos a través del llamado encaje legal, así como del financiamiento del banco central. La inflación fue ascendiendo a niveles muy superiores a los de nuestros principales socios comerciales, no obstante la elevación ocurrida en éstos. En los nueve meses previos a la devaluación del primero de septiembre de 1976, el ascenso de los precios en México era de 11.6%, a tasa anualizada. Para el conjunto del año, llegó a 27.2%.
La magnitud del financiamiento externo y el aumento de la inflación propiciaban un creciente desnivel de la cuenta corriente. A estos factores vinieron a sumarse los efectos de la retórica populista. El resultado fue una pérdida tal de reservas internacionales que eventualmente resultó imposible mantener el tipo de cambio de 12.50 pesos por dólar, cuya vigencia databa de 1954. La cotización del dólar casi llegó a duplicarse en algunos momentos de las postrimerías del régimen del presidente Echeverría. Por otra parte, el crecimiento anual del PIB descendió a 2.1%, que a la sazón parecía muy reducido por ser el más bajo desde 1953.
En los días inmediatos anteriores y posteriores a esa devaluación se vivieron momentos muy dramáticos.
A los factores económicos causantes de inquietud, vinieron a sumarse otros. Corrieron rumores de toda clase, incluso de que podría sobrevenir un golpe de Estado. En esa situación, surgieron retiros masivos de efectivo de los bancos. De ninguna manera estaban causados por desconfianza en la solidez de las instituciones de crédito. Se debían al propósito de mucha gente, de contar con medios para sobrevivir en una temida situación de caos. Las corridas, por suerte, no se generalizaron. El Banco de México enviaba numerosos y cuantiosos cargamentos de billete a los bancos de la capital y del interior para que hicieran frente a los retiros y no cundiera el pánico, como habría sucedido si la gente hubiese llegado a observar falta de efectivo en las instituciones o indisposición de éstas para devolver los depósitos. No obstante su potencial gravedad, los retiros de moneda nacional de los bancos eran un problema que se podía sortear y se sorteó con éxito.
El gran peligro era el eventual retiro súbito de los depósitos en moneda extranjera, toda vez que no se tenían los dólares para hacerle frente. En los últimos días del gobierno del presidente Echeverría, se llegó a considerar la posibilidad de cerrar los bancos. Se tuvo el acierto de no hacerlo, sino de cerrar exclusivamente sus departamentos de cambios, cuyas funciones fueron sustituidas por un improvisado mercado de moneda extranjera en las casas de bolsa, manejado, de hecho, por los cambistas de los bancos. Era un arreglo que no podía durar sino unos pocos días. Por ventura, eran los que faltaban para la entrada de un nuevo gobierno que habría de restablecer rápidamente la confianza.
En aquel entonces, prevalecía la creencia de que las dificultades por las que se atravesaba no eran sino un accidente en la larga etapa de estabilidad y progreso lograda por México en las décadas inmediatas anteriores.
La crisis de 1982
Durante su campaña para la presidencia, José López Portillo hizo un esfuerzo en favor de la reconciliación entre el gobierno, el sector privado y la sociedad en general. Por consiguiente, fue recibido con los brazos abiertos por un público harto de los despropósitos de su predecesor.
Sin embargo, después de lograrse un clima de armonía, de manejarse con relativa moderación las finanzas públicas por algún tiempo, de surgir optimismo por el descubrimiento y apertura de fantásticos campos petroleros, y de recobrarse el crecimiento económico, empezaron a repetirse los problemas padecidos durante el gobierno anterior.
Incluso en el ámbito externo, hubo ciertas semejanzas al producirse el llamado segundo choque petrolero, que llevó los precios del crudo a niveles nunca antes vistos. Al conjuntarse este fenómeno con las políticas monetarias por demás laxas que se practicaron en Estados Unidos hasta 1979, la inflación de ese país alcanzó niveles sin precedente: 13.5% en 1980.
Allá se produjo entonces una reacción para atacar el violento fenómeno inflacionario. El sistema de la Reserva Federal elevó la tasa de los "fondos federales" a niveles inusitados, 20%, fenómeno que habría de ser uno de los factores que coadyuvaran al desencadenamiento de la crisis mexicana de 1982, tanto por la elevación del costo de la deuda, como por la recesión que generó en EU. La tasa de crecimiento del PIB estadounidense descendió a 0.34% en 1980.
Sin embargo, los factores principales de la crisis mexicana fueron de nuevo internos. El gasto y el déficit crecieron como nunca. En los seis años del gobierno de López Portillo, la deuda pública externa ascendió de 19,600 millones de dólares, 35% del PIB, a 58,874 millones de dólares, 90% del PIB.
El endeudamiento interno del sector público siguió creciendo mediante los encajes de las instituciones de crédito, la colocación de Cetes en el público y la de otros valores en el banco central.
Además, el sector privado, embriagado por la expectativa de crecimiento, derivada en buena parte de la perspectiva de crecientes exportaciones de petróleo, también contrajo cuantiosas deudas en el extranjero, proceso facilitado por la oferta de crédito que el sistema financiero del mundo desarrollado hacía a los países en desarrollo con los dólares que captaba de los grandes exportadores de petróleo del Medio Oriente y de otras latitudes.
Como es lógico, el enorme gasto del sector público y, en menor medida, también del sector privado, al estar financiado en buena parte con recursos externos, se tradujo en un creciente desequilibrio de la cuenta corriente.
Este desequilibrio suele ser causa de inquietud, aunque a veces no debería serlo, como, por ejemplo, cuando no es más que la contraparte de la inversión extranjera directa, de la repatriación de capital o de un endeudamiento moderado utilizado para el financiamiento de buenos proyectos de inversión. Sin embargo, en el caso de que se trata, parte considerable del desequilibrio de la cuenta corriente estaba determinado por endeudamientos excesivos, contratados en el exterior para financiar proyectos de dudosa calidad. Se empezaron a generar entonces fugas de capital, motivadas también por la actitud de algunos funcionarios públicos, poco amigable hacia el sector privado y a favor de una participación creciente del Estado en la economía, ya no sólo como autoridad, sino como empresario.
En ese ambiente enrarecido, se acentuó, a mediados de 1981, el declive de la cotización del petróleo iniciado en 1980. El hecho en sí era importante, pero no grave, pues el precio del crudo, aunque hubiese bajado, seguía siendo muy elevado, comparado con los precios de 1979. Lo malo fue la actitud que el gobierno federal adoptó al respecto: o los compradores aceptaban el mismo precio al que se les vendía o no se les surtía más. El desenlace fue el segundo.
Ello significó una pérdida importante de ingresos por exportación, pero, peor aún, puso en evidencia que el ensoberbecido gobierno no estaba dispuesto a reconocer la realidad del mercado. La desafortunada decisión marcó el parteaguas entre el ascenso y el descenso del régimen. Los acontecimientos sucesivos fueron configurando un círculo vicioso del que no salimos sin antes haber tocado fondo. La inevitable devaluación sobrevino en febrero de 1982, pero los efectos curativos que pudo haber tenido se echaron a perder de inmediato con una elevación de salarios del todo inoportuna, que ponía de manifiesto la falta de entendimiento por parte del gobierno de cómo funciona la economía. La orgía de gasto continuaba, a pesar de los anunciados programas de austeridad, al mismo tiempo que se tornaba cada vez más ostensible la hostilidad de varios e importantes funcionarios hacia el sector privado.
Peor todavía, se empezó a sospechar que se impondría el control de cambios. En esas circunstancias, los "mexdólares", o sea, los depósitos denominados en dólares en los bancos mexicanos, ya no resultaban funcionales para contener la fuga de capital. El Banco de México publicó, en abril de 1982, un folleto explicando por qué en nuestro país no podía funcionar un control de cambios, con el propósito de que el público no creyera que esa medida se tomaría. Al parecer el folleto sirvió, si acaso, de breve respiro. Poco después el peso continuó dando tumbos y el 1 de septiembre se decretó el control generalizado de cambios y la expropiación de los bancos privados. Los resultados no pudieron ser peores. El control de cambios entorpeció de inmediato la actividad económica. Numerosos productos escaseaban al punto de faltar material quirúrgico en algunos hospitales. Al control de cambios se agregó la sujeción a permiso de importación, de prácticamente todas las fracciones arancelarias.
Se estuvo cerca de la parálisis. Por fortuna, el gobierno de Miguel de la Madrid que tomó posesión el 1 de diciembre de 1982, decretó un nuevo sistema de cambios que liberalizaba un gran número de transacciones. Años después, en noviembre de 1991, el control de cambios se removió por completo. Para entonces los tipos de cambio libre y controlado tenían ya tiempo de coincidir, con lo que el control, además de continuar siendo engorroso, devenía superfluo.
La expropiación de los bancos, decretada aquel 1 de septiembre, tuvo efectos mucho más nocivos que el control de cambios. Produjo el temor de que otras industrias pudieran ser nacionalizadas y, en general, causó gran desconfianza en el respeto de los derechos de propiedad por parte del gobierno.
El presidente De la Madrid, quien no estuvo de acuerdo con la expropiación bancaria, llegó al poder en una situación de insuficiente fuerza política para revertir la medida. Muchos políticos prominentes del propio PRI la habían aplaudido, unos por convicción, otros por sometimiento. El presidente hizo lo que pudo; reprivatizar los activos no bancarios de las instituciones de crédito y, después de 1985, iniciar un proceso de desincorporación de empresas públicas. Sin embargo, la fuga de capitales prosiguió por años.
El golpe a la confianza asestado por la expropiación bancaria tuvo largas secuelas, y entre las inmediatas estuvieron la continuación de la fuga de capital y la interrupción del crédito internacional a las empresas particulares, que no sólo dejaron de recibir financiamiento externo, sino que tuvieron que pagar ingentes sumas a sus acreedores extranjeros.
El sector privado se libró de quiebras generalizadas gracias a la exitosa acción del fideicomiso denominado Ficorca que coordinó los esfuerzos del gobierno mexicano, de las empresas mexicanas y de los bancos extranjeros para encontrar una buena solución al problema de la deuda externa privada.
La crisis de 1982 produjo años de estancamiento e inflación y se agravó por otro cataclismo económico: el desplome del precio del petróleo en 1986, cuando descendió, de casi 30, a 10 dólares por barril, aproximadamente. Esto, en una época en que las exportaciones petroleras habían llegado a representar dos tercios de la exportación total del país y en que, más que ahora, financiaban una gran proporción de los ingresos públicos. El PIB descendió en 1982, 1983 y 1986. En promedio, su crecimiento anual en el lapso 1982 a 1988, resultó cercano a cero.
Las crisis de 1994-1995
Podría decirse que las crisis mexicanas de 1976 y de 1982 fueron las típicas crisis de países subdesarrollados, derivadas primordialmente de un gasto público excesivo.
No podría afirmarse lo mismo de la crisis de 1994-95 aunque México no estuviese mucho más desarrollado. Un prominente personaje de las finanzas internacionales se refirió a esa crisis como la primera del siglo XXI. Muy pronto habría de ser sucedida por otras parecidas: las acaecidas en el Extremo Oriente en 1997 y 1998.
¿Cuáles fueron las causas de la crisis mexicana?
Múltiples y por eso resulta muy compleja. Al tiempo de estallar, la opinión más difundida la imputaba a que el peso, supuestamente, se había sobrevaluado. Sin embargo, esta tesis se contrapone con el hecho de que durante varios años la tasa de crecimiento de las exportaciones no petroleras venía en ascenso, llegando a 20.9% en 1994.
También se contrapone con el hecho de que, durante varios años, el tipo de cambio había estado, la mayor parte del tiempo, pegado o próximo al límite inferior de la banda de flotación entonces existente. Asimismo, se contrapone con un tercer hecho: para evitar que el peso traspasara dicho límite, el Banco de México había estado comprando dólares la mayor parte de ese tiempo, hasta marzo de 1994. Es decir, el peso tenía una tendencia a revaluarse, no a devaluarse. Las cosas cambiaron a partir del asesinato del Luis Donaldo Colosio, ocurrido el día 23 de aquel mes. Se produjo entonces una cuantiosa pérdida de reservas.
Durante aquel año aciago, cada vez que la situación volvía a tranquilizarse, surgían nuevos factores de desestabilización, fueran los secuestros de empresarios prominentes, las actitudes relacionadas con el conflicto de Chiapas, la renuncia del secretario de Gobernación, las acusaciones del subprocurador Ruiz Massieu, la renovada beligerancia del EZLN o el aumento en las tasas de interés estadounidenses, iniciadas por la Reserva Federal en febrero de 1994 y fuertemente acentuadas en noviembre de ese año.
Corría también la opinión de que el déficit de la cuenta corriente se había ampliado demasiado. Esto es cierto, pero no se debía a la pérdida de competitividad ni a políticas fiscales o monetarias expansivas. El crédito interno del banco central disminuyó enormemente de 1990 a marzo de 1994. Sólo fue en el resto de ese año que resultó necesario aumentarlo para evitar la contracción monetaria causada por las fugas de capital. En realidad, el déficit en cuenta corriente se derivó de cuantiosas entradas de capital, algunas deseables, otras no tanto. El Banco de México, muchos años atrás, había prohibido a los bancos abrir cuentas de valores a residentes en el extranjero, fueran personas físicas o morales, en las que se manejaran títulos de deuda pública mexicana. La prohibición obedecía al temor de que fluyeran capitales golondrinos, que así como llegan se van. El Banco fue objeto de múltiples presiones para que removiera su disposición, arguyendo incluso que contravenía las reglas de la OCDE a cuya pertenencia se aspiraba.
Finalmente, el Banco accedió, aunque hizo explícito en la circular respectiva, del 5 de diciembre del 1990, que lo hacía a petición de la Secretaría de Hacienda. A la vez, la Comisión Nacional de Valores removió una disposición semejante en lo tocante a las casas de bolsa. En ausencia del capital golondrino, el déficit de la cuenta corriente no hubiese alcanzado la misma magnitud. Debe hacerse notar que el flujo de capital golondrino no causó efecto todavía mayor sobre la cuenta corriente gracias a las operaciones de esterilización monetaria realizadas a la sazón por el banco central.
Entre las causales de la crisis está la manera como evolucionó el crédito bancario. Tras décadas en que el gobierno federal utilizaba la mayor parte de la captación de los bancos para financiar su déficit, la corrección de las finanzas públicas, ocurrida en la administración del presidente Carlos Salinas, liberó cuantiosos recursos de las instituciones que pudieron entonces ser prestados al sector privado.
Esta situación no podía ser más bienvenida. Sin embargo, habría de causar graves problemas. No pocos de los banqueros que manejaban los bancos, antes y después de su reprivatización, otorgaban el crédito sin la debida prudencia. A veces eran inexpertos, a veces demasiado codiciosos o las dos cosas. Además, a raíz de la expropiación bancaria, las instituciones habían perdido numerosas elementos de sus mejores cuadros técnicos. Cabe agregar que, durante la época de la banca estatizada, la Comisión Nacional Bancaria se debilitó mucho.
La Comisión también perdió valiosos cuadros técnicos y, en algunos casos, se sentía intimidada ante el poder político de algunos de los dirigentes de los bancos estatizados. Así, cuando renació el otorgamiento de crédito, la Comisión no estaba debidamente preparada para realizar inspecciones bancarias eficaces. Tomó años restablecer la competencia técnica de la Comisión.
Dada esta evolución poco deseable del crédito, posiblemente se hubiese tenido una crisis bancaria aún sin el surgimiento de la crisis de balanza de pagos a finales de 1994; pero no hay duda de que este trastorno complicó la situación de los bancos. El pago de los créditos se dificultó considerablemente ante el alza de tasas de interés resultante de la inflación, causada, a su vez, por la devaluación. No resulta fácil de entender que, en tiempos de inflación, el pago de los créditos se vuelve muy pesado aun en los casos en que las tasas de interés sean bajas o negativas en términos reales. En tiempos inflacionarios, parte de los cuantiosos intereses nominales a pagarse por los deudores constituye una compensación parcial a los acreedores por la pérdida de valor real del principal de los créditos. El pago de intereses conlleva, visto en términos reales, una amortización acelerada del crédito, que el deudor quizá no esté en posibilidad de efectuar.
La crisis bancaria mexicana ofrece elementos para la reflexión ante la crisis financiera que se ha desencadenado en 2008. Para remediar aquélla, algo se hizo muy bien: no se dejó lugar a dudas, desde un principio, de que los acreedores de los bancos quedarían completamente protegidos. De no haberse hecho eso, el sistema de pagos pudo haberse colapsado, causando grave daño al funcionamiento de la economía.
También se actuó acertadamente por cuanto los accionistas de los bancos perdieron lo que tenían que perder y en algunos casos más que esto, porque repusieron capital una o más veces. Lo que no resultó bien fue que muchos deudores que podían pagar, no lo hicieron. Esta reprobable conducta se vio alentada por movimientos dirigidos por agitadores políticos, así como por la posible parcialidad de no pocos jueces a favor de los deudores y por la cantidad abrumadora de juicios que se acumularon.
¿Cuáles son las enseñanzas que podemos sacar de la crisis de 1994-95? Es posible que las principales sean las siguientes:
a) Evitar la inflación, dadas las dificultades que ésta causa para el pago de los créditos. A fin de evitarla, no basta con observar políticas fiscales y monetarias prudentes. Es necesario adoptar un esquema cambiario que aleje lo más posible la eventualidad de una crisis severa de balanza de pagos.
Salvo para algún país tan excepcional como China, no existen sino dos esquemas que satisfacen este requisito: la unión monetaria de bloques económicos muy grandes y la flotación. El primer esquema no es opción para México hoy. El segundo sí lo es y es muy afortunado que se haya adoptado, y que haberlo hecho ya no sea materia de discusión ante lo exitoso del resultado.
b) La calidad del crédito bancario debe ser vigilada de manera permanente.
c) Los intermediarios financieros deben estar muy bien capitalizados y los riesgos a que están expuestos ser objeto de continuo escrutinio.
Respecto a estos dos últimos aspectos, sobra decir la importancia de contar con un organismo competente de supervisión financiera.

La crisis que se desata en 2008
México está inmerso en la crisis internacional. Esta vez no somos los culpables. Lo que es más: algunas de las fortalezas desarrolladas por nuestro país han hecho posible resistir, en lo general, los embates del terremoto. Las finanzas públicas no gozan de una salud óptima, pero tampoco presentan aspectos de gravedad en el presente ni para el futuro cercano. La deuda pública externa e interna (con la salvedad de las pensiones del sector paraestatal, no pagaderas de inmediato) es relativamente moderada, como también lo es la deuda de la mayor parte del sector empresarial.
Las exportaciones están más diversificadas, aunque la mayoría se dirigen hacia los Estados Unidos, pero ya no se depende exclusivamente de las ventas de petróleo.
Las reservas internacionales del Banco de México son elevadas y el sistema de tipo de cambio flotante ha venido trabajando muy bien.
No obstante, la recesión importada nos está dañando. La fuerte interdependencia económica que mantiene nuestro país con los Estados Unidos anticipa un escenario un tanto difícil para México si tomamos en cuenta que más del 80% de nuestras exportaciones se orientan hacia ese país, que cerca del 80% de los turistas extranjeros que nos visitan son norteamericanos, que casi una cuarta parte de nuestras remesas provienen de los migrantes mexicanos y que la mayor parte de la inversión extranjera tiene su origen en esa economía. El crecimiento económico se ha debilitado y va a ser nulo en 2009 mientras el desempleo va en aumento. La depreciación del peso frente al dólar es factor de incremento del índice de precios, si bien puede estar compensado en medida significativa por el descenso generalizado de la cotización de las materias primas y por la depreciación, también frente al dólar, de monedas como el euro, el real y algunas del extremo oriente, de importancia para la economía mexicana.
Ante este panorama, el gobierno presento un paquete de medidas que unos meses después y ante el cariz que iba tomando la crisis fueron completadas. Estas medias consistían fundamentalmente en el aumento de la inversión pública, la intervención por el banco central en el mercado de divisas a fin de suavizar la volatilidad del tipo de cambio, el canje de deuda pública de largo plazo por títulos de más próximo vencimiento y el apoyo financiero a ciertas empresas o tipos de empresas.
La intención de Calderón es buena, al dar a conocer su programa de infraestructura para estimular el crecimiento, así como el lanzamiento de un programa extraordinario de apoyo a las pequeñas y medianas empresas; pero la solución a la crisis que se avecina no se resuelve con buenas intenciones.
Es muy cierto que una forma de evitar el pánico de los inversores y los ahorradores es asegurar que se mantendrán los ritmos de crecimiento económico del país, que habrá generación de empleos y que se mantendrá la solidez de las finanzas públicas. Pero el problema que se nos viene es de mayor magnitud, en primer lugar, porque habrá un retorno masivo de todos aquellos mexicanos que en los últimos años salieron a los Estados Unidos en busca de empleo; en segundo lugar, porque habrá una importante caída en los ingresos petroleros, como consecuencia de la crisis económica mundial y, en tercero, porque la contracción de la demanda mundial, acompañada de la sobrevaluación de nuestra moneda frente a monedas que no son el dólar estadounidense, hará caer aun más nuestro ritmo de exportaciones.
La decisión de la Comisión de Cambios del Banco de México de entrar a solventar el peso frente a las presiones del tipo de cambio, puede provocar el agotamiento de las reservas y el debilitamiento aun más de nuestras exportaciones; pues en este momento es cuando menos nos conviene un peso sobrevaluado. De hecho, se calcula que el Banco de México lleva subastados más de ocho mil millones de dólares, situación que de mantenerse, podría poner en riesgo, en el mediano plazo, los aproximadamente 84 mil millones de dólares de reservas internacionales con que cuenta en este momento nuestro país.
La solución anticrisis tiene que ser más de fondo. No basta con dar a conocer la forma en que será distribuido el presupuesto del Gasto Público para el próximo año, sin dar a conocer las medidas que habrán de tomarse para resolver los enormes rezagos económicos y sociales y la forma en que estas acciones pudieran llegar a contribuir al crecimiento económico interno.
Hay que tomar en cuenta que los problemas de la economía norteamericana son distintos a los que enfrentamos nosotros en estos momentos. El contagio de la crisis norteamericana puede ser aun mayor si nosotros actuamos en la misma dirección. No hay que olvidar que el objetivo principal del gobierno norteamericano es prevenir el derrumbe de su sistema financiero, es el otorgamiento de fondos de capital al sistema bancario, de créditos a las empresas y a los individuos para evitar caer en una recesión prolongada.
Preocupa, sin embargo, el incremento de los gastos corrientes, pues tiende a ser irreversible. Esto último, en el mediano y largo plazos, es en extremo nocivo, ya que la capacidad del sector público para financiar aunque sea parte de su inversión con ahorros propios se ve cada vez más mermada.
Si como China, India u otros países, hubiésemos mantenido tasas de crecimiento muy elevadas, el impacto de la crisis sería más digerible. No es lo mismo que la tasa de aumento del PIB disminuya de más de 10 a 9%, como puede estar sucediendo en China, a que descienda de 2 al 0%, como probablemente va a suceder en México este año.
Esto pone de manifiesto la urgencia de hacer lo que tanto se repite, pero no se realiza del todo: la llamada reforma estructural. Algo se ha avanzado, más no lo suficiente. Estamos lejos de haber logrado un sistema impositivo satisfactorio. Las pensiones de numerosas entidades del sector paraestatal siguen siendo una enorme carga para el futuro. La reforma petrolera resultó insuficiente. La mejora de la calidad de la regulación es dudosa, pues hay avances en algunos aspectos, pero retrocesos en otros. La reforma de las leyes laborales, tan necesaria para el aumento del empleo y de la productividad, ha quedado paralizada. La seguridad jurídica y de otros órdenes deja mucho que desear. De la educación ni qué decir: después del loable acuerdo para mejorar la calidad de la educación, hemos presenciado las manifestaciones de grupos numerosos de maestros, oponiéndose en forma indecorosa a la introducción de las medidas más indispensables para mejorar la enseñanza.
Lo más importante para México es elevar su tasa de crecimiento potencial mediante reformas de fondo. Este debe ser nuestro objetivo principal, más allá de lo que se haga coyunturalmente para sortear la presente crisis.

CONCLUSIÓN
Si la presente crisis se ha gestado en buena parte por el endeudamiento excesivo, la solución del problema depende, en lo fundamental, de la reducción de ese endeudamiento a niveles prudentes, proceso que toma tiempo y causa sufrimiento. Entre tanto, se enfrenta un dilema terrible: dar más droga al adicto para reanimarlo temporalmente o cortarle el suministro de cuajo, exponiéndolo a trastornos por demás dolorosos. Ni la primera ni la segunda opción resultan aconsejables. Sin embargo, existe una tercera: ministrar por algún tiempo drogas sustitutas, por ejemplo, apoyos a los bancos, tendentes a evitar el colapso del sistema de pagos y a mitigar la contracción drástica del crédito.
Lo más importante es ver qué se hace para evitar la repetición del problema. Una de las cuestiones torales es la regulación del sistema financiero. Debe formularse con el objetivo de propiciar la prestación fluida de los servicios financieros, la solidez de los intermediarios y la equidad del trato con su clientela.
Además, debe facilitar la innovación tecnológica, es decir, la creación de nuevos y más eficientes instrumentos financieros, que atiendan a la creciente variedad de servicios requeridos por el público. Pero, en materia de regulación, la calidad vale mucho más que la cantidad. Más aún, la concisión es uno de los requisitos de su calidad.





Pepe Villalonga

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