COMERCIO INTERNACIONAL 4: EL RENACIMIENTO DEL PROTECCIONISMO COMERCIAL

El Renacimiento del Proteccionismo: las industrias nacientes y las uniones
Aduaneras

Mill, que era un ardiente defensor de la libertad de comercio, sin embargo dio
armas a proteccionistas de diversa laya, no sólo por su análisis del arancel
científico, sino también porque aceptó el argumento llamado de la industria
naciente.
Para que no se abusara de esta excepción a la regla del librecambio, añadió Mill que
tal protección no debería durar más de diez años, o a lo sumo quince. El argumento
de “las industrias nacientes” es de muy dudoso valor, en especial si se toman en
cuenta las resistencias políticas de lanzar posteriormente las empresas inicialmente
protegidas al libre mercado internacional.
No han faltado autores intervencionistas partidarios de la idea de que un uso
juicioso de la protección arancelaria facilita la industrialización de los países
atrasados. Presentan la política de resguardo de las industrias nacientes, o de
crecimiento forzado y desequilibrado, como una política pública de sentido común.
Si las fábricas de países adelantados gozan de rendimientos crecientes a escala, no
parece posible la aclimatación de esas producciones en países más atrasados,
cuyos costes unitarios habrán de ser inicialmente más altos.
Alexander Hamilton (1755-1804), en su justamente famoso Informe sobre las
manufacturas (1791), es el primero que volvió del revés el argumento de la división
del trabajo de Smith para sostener que un aumento artificial de la actividad
industrial acabará por cubrir los costes sociales de las subvenciones y apoyos
concedidos inicialmente: la división del trabajo y el subsiguiente incremento de la
productividad pueden conseguirse haciendo que las fábricas locales aumenten de
tamaño gracias a que se les reserva el mercado nacional, y no gracias a que se ha
abierto ese mercado al mundo.
Como muchos otros proteccionistas del siglo XIX, lo mismo en Alemania que en
México, era Hamilton un gran defensor de la industrialización perse, porque
aumentaba la aplicación de maquinaria a los procesos productivos, facilitaba la
utilización de mano de obra mal adaptada a la agricultura, atraía inmigrantes, daba
ocasión al despliegue de talentos empresariales, y aumentaba a su vez la demanda
de productos agrícolas.
En todo caso, Hamilton creía que el desmantelamiento unilateral de la protección
era cosa de ingenuos. Defendió el principio de reciprocidad en las relaciones
comerciales con otras naciones, sobre todo exigiendo que se respondiese a las
políticas proteccionistas de otros países con aranceles prohibitivos y protectores,
con subsidios a las industrias locales y creando un mercado único interior.
Discípulo de Hamilton fue el alemán Friedrich List (1789-1846), según su criterio
la evolución natural de los países y del mundo en general no debía transcurrir por
los caminos señalados por Adam Smith. Las economías se desarrollaban en
estadios, cada uno de los cuales obedecía a leyes económicas distintas. El estadio
inicial era el agrícola, que List consideraba como sinónimo de pobreza. Para
alcanzar el estadio de industrialización y urbanización, caracterizado por la riqueza
material y la perfección cultural, era necesario un tratamiento diferente para cada
una de las naciones.
La libertad de comercio era una meta futura altamente deseable para la economía
mundial, con tal de que fuese un comercio entre iguales. Para ello era necesario
crear mercados nacionales unificados, suprimiendo las aduanas interiores y
fomentando el ferrocarril; y también establecer un sistema de acuerdos
internacionales que utilizaran los aranceles y otras medidas proteccionistas para
conseguir el equilibrio que el libre comercio amenazaba con destruir para siempre.
Friedrich List, pese a su bajo nivel teórico, ha sido un autor muy influyente.
Los proteccionistas a la Hamilton y List no ganaron la batalla inmediatamente. El
movimiento librecambista tomó amplitud a partir del Tratado de Cobden-Chevalier
firmado entre Francia e Inglaterra de 1860 y no decayó hasta la Gran Depresión de
1929. Durante esos setenta años, los tratados de comercio de casi todas las
naciones incorporaban la llamada cláusula de nación más favorecida, que
extendía automáticamente los beneficios concedidos a un signatario a todas las
demás naciones con las que había un tratado comercial vigente. Luego, tras un
período de creciente proteccionismo inducido por la crisis del 29, los Tratados de
Bretton Woods de 1944 señalaron un renacimiento del espíritu de liberalización
comercial, aunque ahora todo se supedite al principio de reciprocidad y quede
suspendida la cláusula de nación más favorecida cuando se trate de crear bloques
comerciales.
En todo caso, desde el punto de vista teórico, el argumento de las industrias
nacientes adolece de los defectos típicos de una teoría estática y de equilibrio
parcial. No toma en cuenta el verdadero coste de la protección en un país atrasado.
En tales economías, donde los tipos de interés reales suelen ser muy altos, el coste
neto presente de un encarecimiento de las importaciones en términos de reducción
del consumo y castigo de otras líneas de producción es mucho más alto de lo que a
primera vista parece. También adolece la teoría de las industrias nacientes de un
tratamiento defectuoso de la información, a saber, no propone remedio para la
dificultad con que se enfrentan las autoridades para decidir qué industrias
inexistentes o flacas en un país subdesarrollado podrían llegar a triunfar en el
mercado mundial después de un período de lanzamiento protegido. Por fin y
siempre desde el punto de vista teórico, la teoría de las industrias nacientes falla al
no integrar en el análisis la resistencia política a que tal protección sea temporal
por parte de los favorecidos por el arancel.
Desde el punto de vista histórico, la cuestión no es fácil de dirimir. Los propios
EEUU fueron proteccionistas desde los inicios de su carrera industrial hasta Bretton
Woods en el s. XX, e incluso llegaron a declarar la guerra civil para imponer el
proteccionionismo a los estados del Sur. El Japón y otras naciones asiáticas han
protegido sistemáticamente sus mercados nacionales, pero acompañando esa
política con incentivos a la innovación tecnológica y la exportación.
De lo que no hay duda es del mal resultado de algunas de las formas más extremas
del proteccionismo industrial que por eso han sido abandonadas, en especial, las
políticas de autarquía económica aplicadas por diversos dictadores, como
Mussolini, Stalin, Hitler y Franco. Ya nadie se atreve a defender siquiera la
derivación moderna y menos absurda de ese autarquismo, a saber, la llamada
sustitución de importaciones por producciones nacionales, aún cuando éstas
sean más costosas, una teoría asociada con los trabajos del escritor brasileño Celso
Furtado y con los informes y recomendaciones de la Comisión Económica de
América Latina (CEPAL).

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