COMERCIO INTERNACIONAL 3: LA VISION CLASICA DEL COMERCIO

La visión clásica del comercio: el mecanismo automático del patrón Oro.

Pasemos ahora a examinar la justificación teórica del librecambio en la obras de
los grandes economistas clásicos, es decir del siglo y pico que va de 1750 a
1870.
Si alguna característica es común a todos los economistas clásicos es su
preocupación por el lado real de la economía. En el terreno del comercio
internacional sostenían que había que apartar el velo de los fenómenos monetarios
y fijarse en las producciones tangibles, los costes reales, las demandas efectivas,
para comprender cómo funcionaba y que había que hacer para mejorarlo.
David Hume (1711-1776) el gran filósofo e historiador escocés, publicó en 1752 la
parte segunda de sus Ensayos morales, políticos y literarios que contiene esos
papeles sobre cuestiones económicas que han hecho de él uno de los más famosos
economistas de todos los tiempos. El primer ensayo de esta colección trata “Del
comercio”. En él, Hume se ocupa de los efectos del comercio interior y exterior
como si de fenómenos idénticos se tratara, ambos maravillosos instrumentos de
riqueza y de poder para una nación.
Afirmaba Hume “El comercio extranjero, con sus importaciones, suministra
materiales para nuevas manufacturas; y con sus exportaciones, produce trabajo en
determinados bienes, que no podrían consumirse en casa”.
Aquí aparecen dos ideas: una, que la actividad de un Estado no suele aumentar de
manera consistente cuando el soberano constriñe el comercio; y dos, que las
exportaciones aumentan el empleo en la producción de bienes excedentes, que no
encontrarían mercado en casa. Ambas ideas serán recogidas y refinadas por Adam
Smith, el gran amigo de Hume.
La aportación más notable de Hume a la teoría del comercio internacional es su
análisis del mecanismo de pagos en un sistema de patrón oro. Se enfrenta Hume
con el temor, de que la saca de metales preciosos pudiera dejaral país sin moneda,
fuese esta salida directa en forma de monedas o indirecta como pago por unas
importaciones excesivas. La balanza de pagos, explicó Hume, no debía ser objeto
de preocupación ni de medidas correctoras por parte del Gobierno, pues todo déficit
exterior tendía a corregirse espontáneamente, si la circulación de capitales era libre
y sin trabas.
En un sistema monetario en el que el medio de pago fundamental son las monedas
de oro, o los billetes de banco convertibles en oro a la vista, cualquier déficit en la
balanza exterior llevará a una reducción de la cantidad de dinero y, a condición de
que los precios, tipos de interés y salarios sean flexibles, ello dará lugar a la caída
de esos precios y a un aumento de las exportaciones netas hasta restablecer el
equilibrio. Y viceversa en el caso de un superávit inicial.
Para que el patrón oro funcione con la suavidad que suponía Hume y que de hecho
se dio mayormente durante la época en que ese sistema rigió los pagos del mundo,
es decir, de 1865 a 1914, no puede haber precios controlados artificialmente, ni
tipos de interés políticamente bajos, ni sindicatos que consigan impedir reducciones
de los salarios nominales. Por ello, el patrón oro ha resultado incompatible con el
Estado de Bienestar y las llamadas conquistas del proletariado Sin embargo,
aprendida la lección de las inflaciones del siglo XX, y gracias a la disciplina que la
libre circulación de capitales impone hoy día a monedas que flotan libremente en
competencia con las demás, vuelve a ser verdad, si bien con menos suavidad y
menos rapidez, que los déficit y superávit de las balanzas de pagos se resuelven
por sí solos, sin necesidad de interferencia administrativa en el comercio entre las
naciones.

La visión clásica del comercio: la división del trabajo y el crecimiento
Económico

Adam Smith (1723–1790), además de completar el estudio del funcionamiento
del patrón oro con un análisis del dinero bancario, cuando hay libre competencia
entre emisores de billete, contribuyó señaladamente al análisis del comercio
internacional en su faceta real, tanto desde el punto de vista analítico como del
bienestar.
Es conocido Smith como el símbolo de la libertad de comercio tanto en el interior de
los países como en el mundo en su conjunto. Esta idea hay que matizarla, pero a
grandes rasgos es cierta.
Adam Smith, para su defensa del libre comercio parte de la contribución de éste al
progreso social, es decir, parte de una visión dinámica del comercio. La primera
frase de Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones (1776) es que la producción anual de una nación “es el fondo que
originariamente le suministra todos los bienes necesarios y convenientes que
consume anualmente”. Con estas palabras, ya está indicando que la riqueza
consiste en bienes y servicios reales: rechaza así la idea (defendida por algunos
arbitristas) de que la riqueza consiste en oro y plata, y recoge implícitamente la
doctrina de Hume de que el mercado se cuida por sí sólo de los metales preciosos.
Pero a esto añade que el producto anual es tanto mayor cuanto más sean los
trabajadores productivos en proporción a la población; y cuanto mayor sea la
productividad de estos trabajadores. Esto le lleva a examinar inmediatamente las
causas de las mejoras de la productividad y destaca una sobre todas: la división del
trabajo. No es al caso discutir si Smith pasó por alto o no otras fuentes de progreso
económico, sino que hemos de fijarnos cuál es, según Smith, la raíz de la división
del trabajo y cuál es una de las condiciones necesarias para que sea cada vez más
profunda.
“La idea de dividir las operaciones complicadas de cualquier proceso de producción,
agrícola o fabril, no fue decidida o planeada por ningún sabio que supiera ver la
riqueza que trae consigo, sino que es la consecuencia necesaria, aunque muy lenta
y gradual de una cierta propensión de la naturaleza humana: [...] la propensión a
negociar, cambiar o permutar una cosa por otra.”(Adam Smith).
El comercio es pues la fuente o raíz de la división del trabajo y el tamaño del
mercado comercial gobierna cuán profunda vaya a ser esa divisióny especialización
de tareas.
En el libro III de su obra “La riqueza de las naciones”, dedicado al análisis de las
etapas del crecimiento económico de los países recoge otra idea fundamental de la
concepción del comercio como causa de crecimiento económico. El primer capítulo
de ese libro se titula precisamente “Del distinto progreso de la opulencia en las
distintas naciones”. Comienza por señalar algo que sin duda era cierto en su
tiempo, que la mayor proporción del comercio de todas las sociedades es el que
tiene lugar entre el campo y la ciudad.
Pero no debe pensarse que la ganancia de la ciudad se base en la pérdida del
campo. Las ganancias de ambos son mutuas y recíprocas, y la división del trabajo
es en éste, como en todos los demás casos, ventajosa para todas las diferentes
personas empleadas en las diversas ocupaciones en que subdivide.
A continuación reafirma por implicación una idea, la de que no hay diferencia entre
el comercio entre el campo y la ciudad de un país, con lo que Smith implica que son
ambas formas de comercio iguales en no tener que preocuparse por la balanza de
comercio. Por fin señala lo que es un elemento fundamental de su teoría del
comercio, que el crecimiento de las actividades comerciales tiende a que se
empleen más productivamente las personas antes semi-empleadas en el servicio
personal de los reyes, y de los nobles militares y eclesiásticos.
Los historiadores suelen estudiar en Adam Smith, la estática comparativa, que
atiende a las ganancias de bienestar cuando un país pasa de estar cerrado al
comercio internacional, a una situación de fronteras abiertas, y no la relación
dinámica entre comercio y crecimiento. La teoría de Smith sobre la ganancia
puntual de abrirse al comercio internacional se conoce como el argumento de “las
uvas en Escocia”. Su país natal conseguiría vino mucho más barato si no se
empeñara en producirlo pese a la ventaja absoluta de que goza Francia en la
producción de este bien.
Por medio de invernaderos podrían producirse muy buenas uvas en Escocia, y
también muy buen vino con ellas con un gasto treinta veces mayor que lo que
costaría traer un vino por lo menos tan bueno desde países extranjeros. ¿Sería
sensato que una ley prohibiera la importación de todos los vinos extranjeros, sólo
para fomentar la producción de clarete y borgoña en Escocia?
Por mínima que sea la ventaja, adquirida o natural, de una producción extranjera
sobre la propia, concluye, sería absurdo fomentar una actividad nacional más
costosa que una extranjera.
Digamos de paso que Smith señaló solamente dos excepciones a esta regla de la
libre importación de bienes y servicios. La primera fue que se mostró partidario de
las Leyes de Navegación inglesas, por las que era obligatorio que se transportaran
en barcos de bandera inglesa las mercancías que tocaran en puerto inglés; lo
admitía por razones de defensa nacional, pues eso mantenía preparada la marina y
los marineros para caso de guerra. Smith entendía que las Leyes de Navegación no
son “favorables al comercio extranjero o a la riqueza que de él se deriva”, pero
daba implícitamente por supuesto que esa forma de prepararse para la guerra
naval era más barata que financiar directamente con impuestos el mantenimiento
de una flota de guerra. La segunda excepción era la de exigir reciprocidad en la
liberación del comercio. Permitía Smith el uso de aranceles como réplica a medidas
proteccionistas tomadas por un país extranjero. Esas represalias son un juego
peligroso, porque sólo consiguen el efecto de restablecer la libertad de comercio si
el país que contesta es mucho mayor que el represaliado, - y aún así aparecerán en
el propio país de grupos interesados en mantener la protección.
Volvamos a lo esencial de la teoría del comercio internacional de Smith. En el fondo
de toda su argumentación laten tres ideas fundamentales.
La primera idea fundamental de Smith es que el comercio era un poderoso factor
de crecimiento económico.
La segunda idea fundamental de Smith es la de que la política económica debía
atender a los intereses de los consumidores por encima de todo. Insistía en que el
consumo es el único fin y propósito de toda producción; y el interés del productor
debería ser atendido sólo en la medida en que sea necesario para promover el del
consumidor.
Los intervencionistas han criticado mucho a Smith por su defensa de los
consumidores frente a los productores. Repiten una y otra vez que no sólo somos
consumidores sino también productores, una insistencia basada en la idea de que,
si un bien pasa a importarse, ello supone una expulsión neta y permanente de
locales al desempleo. La premisa que subyace a este razonamiento es que la
cantidad de puestos de trabajo en un país es fija. Al contrario, razonaban todos los
clásicos, a largo plazo siempre habrá trabajo si los precios y salarios son flexibles, y
además un trabajo mejor remunerado por el aumento de productividad
precisamente por razón de ese cambio. Por lo tanto, la apertura del país al
comercio internacional supondría en fin de cuentas sólo un desplazamiento de
trabajadores de un empleo a otro, en un contexto de mayor productividad, es decir,
de mayor prosperidad general. A corto plazo, admitía Smith, que la repentina
apertura del comercio internacional podría causar pérdidas a quienes antes habían
estado protegidos. Si la protección había sido tan amplia y continua como para que
fueran muchos los empleados en los sectores protegidos, entonces la compasión
podría exigir en este caso que se volviera a la libertad de comercio de forma lenta y
gradual, y con mucha precaución y circunspección.
La tercera idea fundamental de Smith es que el comercio se explica comparando
productividades.
Los teóricos del comercio internacional han criticado una y otra vez a Smith
aduciendo que la estática comparativa del maestro escocés es, analíticamente
hablando, inferior a la que en 1817 presentó David Ricardo. Estrictamente esta
crítica es justa, pero pasa por alto el aspecto dinámico del pensamiento de Smith.

La visión clásica del comercio: los costes “comparativos” y la ventaja
Relativa


David Ricardo (1772–1823) dio dos pasos muy importantes en el análisis del
comercio internacional, ambos extensiones de lo dicho por Adam Smith y por
Hume. Por un lado, amplió la teoría de Smith para explicar en qué circunstancias
podría esperarse que tuvieran lugar intercambios entre dos países. Es decir, ahondó
en la explicación de Smith basada en los costes absolutos, subrayando que lo
importante era que los costes relativos de producción fueran diferentes.
Por otro, amplió la teoría del patrón oro de Hume, señalando el oro tendería a fluir
hacia los países más productivos, por lo que los precios monetarios (o el tipo de
cambio real) se elevarían por encima del nivel del de los países menos
productivos, sin que esto afectara los flujos de comercio.
Estas dos ideas son novedosas, sorprendentes y contrarias al sentido común, como
muchas veces ocurre con las proposiciones de la ciencia económica. De ellas juntas
podemos deducir tres corolarios. El primero es que un país atrasado, cuya
productividad es menor en toda la línea que la de otro país más adelantado, no por
eso se verá impedido de exportarle alguno de sus bienes y servicios. El segundo es
que los salarios (reales y monetarios) y el nivel de vida en el país menos productivo
serán más bajos que en el país más productivo, sin que ello implique que el país
pobre comete un acto de “dumping” por el sólo hecho de que sus trabajadores
reciben un remuneración mucho menor que los trabajadores del país rico (si es que
las prácticas de dumping dañan a nadie más que quien las realiza). El tercer
corolario es que el nivel de precios monetarios del país más adelantado será
superior.
El modelo que presenta Ricardo en le capítulo VII de sus Principios de economía
política y tributación (1817) es muy simple. El caso que examina es un ejemplo de
comercio internacional y no interior, en el que los factores de producción,
especialmente la mano de obra, no pueden trasladarse libremente y sin coste de un
país a otro. Supone Ricardo que inicialmente los dos países de su modelo,
Inglaterra y Portugal, producen ambos dos mercancías, paño y vino.
Representémoslo en un cuadro.
Horas de trabajo requeridas para producir una unidad de cada bien.
Barrica de Vino/Pieza de Paño Relación de Costes
Portugal 80 horas/90 horas: 0,88 v/p
Inglaterra 120 horas/100 horas: 1,2 v/p
Antes de que se abra el comercio internacional, los dos países producen ambos
bienes. En Portugal, en el tiempo utilizado para producir 1 barrica de vino sólo se
consiguen 0,88 piezas de paño. En Inglaterra, por contraste, en el tiempo que se
emplea para producir 1 barrica de vino pueden producirse 1,2 piezas de paño.
Veamos porqué conviene a Portugal especializarse en la producción vinatera y a
Inglaterra en la pañera, aunque los costes de producción del paño sean más bajos
en Portugal que en Inglaterra (como ocurría con las uvas y el vino de Smith en
Francia y en Escocia). Portugal acabará comprando paño a Inglaterra porque el
coste de producción del paño en Portugal es relativamente más alto que el coste de
producción de su vino, como puede deducirse:
vip /viI < pap / paI < 1,
entendiendo por vi el coste de producir vino en horas de trabajo, y por pa el coste
de producir paño en horas de trabajo en cada país indicado por el sufijo P o I. Dicho
de otra forma, el coste relativo de producir vino en Portugal comparado con
Inglaterra, es menor que el de producir paño. Así empieza a verse que conviene a
Portugal producir vino mejor que paño.
Digámoslo de otra manera. Un comerciante portugués, que traficaba en su país en
vino y paño, vendiendo la barrica de vino por lo equivalente al salario de 80 horas
de trabajo, a cambio de paño cuyo valor es de 90 horas por pieza, descubre que
puede hacerlo de otra manera más gananciosa. Exporta una barrica de vino a
Inglaterra y la cambia por 1,2 piezas de paño, en vez de por 0,89 de pieza que
podría obtener en Portugal. Su beneficio inicial es nada menos que de 0,31 piezas
de paño. Cierto es que tal beneficio no puede mantenerse, pues a medida que
exporte vino a Inglaterra el valor del preciado líquido allí irá cayendo y la relación
de del vino respecto al paño allí se irá haciendo menos ventajosa. Dónde quede al
final la relación entre vino y paño, que habrá de ser la misma en los dos países, es
cosa que Ricardo no resolvió, sino su joven discípulo John Stuart Mill. Sí queda
claro que los productores de vino ingleses se verán forzados a abandonar poco a
poco su especialidad y viceversa los pañeros portugueses.
Es importante señalar algunos de los supuestos implícitos en este sencillo modelo.
Aparte ciertas simplificaciones, como la de que el precio de los bienes refleja
únicamente los costes laborales, y como la de que el comercio es (por el momento)
todo por medio de trueque sin uso de dinero, otro principio implícito es más
trascendente: es el supuesto, característico de los economistas clásicos, de que la
mano de obra desplazada por las importaciones encuentra empleo en el sector en
que su país acaba especializándose, y ello en un ambiente de mayor prosperidad
mundial. Esto no quiere decir que Ricardo no viera que tales mejoras productivas
no pudiesen afectar a corto plazo el empleo de los trabajadores desplazados. Al
igual que Smith, admitió Ricardo que el comercio internacional y el avance
tecnológico podían enviar los trabajadores al paro. Pero a largo plazo, todos
encontrarían un empleo más remunerador que el de partida.

La visión clásica del comercio: la distribución de los medios de pago en el
mundo


Pasemos a ver lo que ocurre cuando en el modelo se introduce el dinero.
Supongamos que la hora de trabajo se paga inicialmente a un peso en los dos
países.
Coste monetario* de una unidad de cada bien
Antes de la apertura del comercio internacional
Barrica de Vino/Pieza de Paño
Portugal 80 pesos/90 pesos
Inglaterra 120 pesos/100 pesos
*Con un salario de un peso por hora.
En un principio queda claro que ningún productor inglés podría resistir la
competencia portuguesa ni en el vino ni en el paño. Pero, aplicando el principio de
Hume, la balanza de pagos de Portugal tendría superávit y el dinero saldría a
raudales de Inglaterra para pagar sus importaciones de los dos bienes. Ello haría
que todos los precios (incluidos los salarios) aumentaran en Portugal y cayeran en
Inglaterra, hasta el momento en que el precio del paño en Portugal sobrepasara el
del paño inglés. Eso ocurría en cuanto el nivel de precios inglés hubiese caído un
poco más de un 5,2632%, y el nivel de precios portugués subido un poco por
encima de ese porcentaje.
Coste monetario de una unidad de cada bien
Después de la apertura del comercio internacional*
Barrica de Vino/Pieza de Paño - Cambios de nivel
de precios
Portugal >(84,21 pesos) >(94,74 pesos) >(+5,2632 %)
Inglaterra <(113,68 pesos) <(94,74 pesos) <(-5,2632 %)
*Tras una caída del nivel de precios ingles de al menos un 5,263%, inducida por la salida de oro para
pagar el déficit comercial.
En cuanto la pieza de paño empezara a valer en Portugal más de 94,74 pesos y en
Inglaterra menos de ese precio, por efecto de la entrada de metales preciosos en
Portugal, enviados por Inglaterra para saldar su déficit comercial, Inglaterra podría
comenzar a exportar paño, sin que a su vez Portugal tuviera dificultad en exportar
vino.
En ese punto además, el salario por hora trabajada en Portugal habría subido a 1
peso más un 5,3%, mientras que en Inglaterra habría caído en una proporción
semejante. Ello daría lugar a que en Inglaterra la remuneración horaria fuera un
penique más baja que en Portugal. Como puede verse, los menores costes
salariales ingleses no impiden a las dos naciones especializarse en aquello que
hacen mejor (relativamente), en el caso de Portugal no le impiden exportar vino. El
nivel de salarios (y el nivel de vida) es así el resultado de la productividad de la
mano de obra, y no la productividad o competitividad el resultado de salarios bajos.
Como bien dijo Ricardo, la mejora de la manufactura en cualquier país tiende a
alterar la distribución de los metales preciosos entre las naciones del mundo: tiende
a aumentar la cantidad [total] de bienes, al mismo tiempo que eleva los precios
generales en el país en el que la mejora ha tenido lugar.
Toda mejora de productividad en un país tiende a elevar su tipo de cambio real,
de dos maneras diferentes. (a) Si el sistema de pagos es el patrón oro (o una unión
monetaria), esa mejora de productividad hará que se eleven los índices de precios
en el interior del país más productivo, (b) En un sistema de cambios flotantes,
como entre el dólar y el peso en la actualidad, la mejora de productividad en EEUU
producirá una reevaluación del dólar y una subida de los precios internacionales de
sus bienes exportables.

La visión clásica del comercio: el reparto de las ganancias del comercio
internacional


Hacia 1828, cuando John Stuart Mill (1806-1873) contaba con veintidós años,
escribió, para sus amigos de la Sociedad Utilitarista que él había fundado, un
ensayo que permaneció inédito hasta 1844, cuyo título es “De las Leyes del
intercambio entre naciones y de la distribución de las ganancias del comercio entre
los países del mundo comercial”.
Partiendo del modelo de Ricardo, el propósito del trabajo de John Mill es averiguar
“en qué proporción se divide entre los dos países el aumento del producto, que
nace del ahorro de trabajo”, cuando se abre el comercio internacional.
Inmediatamente ve que el reparto de la ventaja será distinto según donde acabe
fijándose el precio o relación de intercambio entre los dos productos comerciados.
Volviendo al ejemplo de Ricardo, si el precio del vino en términos de paño en el
comercio internacional se acerca mucho al que regía en Inglaterra antes de los
intercambios, casi toda la ventaja será para Portugal. Pero, se pregunta Mill, ¿qué
es lo que va a colocar la relación real de intercambio en este punto o en aquél?
Los precios no pueden ser proporcionales a los costes de producción, puesto que
éstos son distintos en los dos países al no poder trasladarse los recursos de uno a
otro para ir igualándolos. La única manera de resolver la cuestión es acudir “al
principio de la oferta y la demanda”.
Para Mill, el principio de la oferta y la demanda consiste en que “el precio se regula
de tal forma que la demanda será exactamente suficiente para llevarse toda la
oferta”. La demanda de cada uno de los países, o demanda recíproca, variará
“según las inclinaciones y circunstancias de los consumidores de ambos lados”.
Pero el efecto de esas “inclinaciones y circunstancias” tiene límites. El precio del
vino en el mercado internacional, para seguir con el ejemplo de Ricardo, no puede
caer más bajo que el coste de producirlo en Portugal o subir más alto que el coste
de producirlo en Inglaterra.
Sabemos que los límites dentro de los cuales está contenida la variación [de la
relación de intercambio de los dos bienes] es la razón de sus costes de producción
en un país, y la razón entre sus costes de producción en el otro.
Bajo la explicación de Mill subyace claramente un concepto que Marshall iba a
precisar y al que daría el nombre de “elasticidad de la demanda recíproca”. Si los
ingleses son muy adictos al vino, estarán dispuestos a pagar un precio por esa
preciado licor que se acerque mucho a su coste de producción en aquellas boreales
tierras. “Es incluso posible [añade Mill] el concebir un caso extremo en el que toda
la ventaja resultante del intercambio fuese cosechada por una de las partes.”
Pueden dirigirse dos críticas a este trabajo de juventud. La primera es que no toma
ahí en cuenta el efecto del comercio sobre el crecimiento económico. La segunda es
que su método de las elasticidades recíprocas le conduce a dar importancia a las
maneras que tiene un país de apropiarse de una parte mayor de la ventaja con
aranceles bien diseñados. También señala las situaciones en las que a un país
puede no convenirle la reducción unilateral de sus aranceles, pese a que con esa
rebaja aumente el bienestar total del mundo. Esa cuestión de la posibilidad de
diseñar aranceles y contingentes “óptimos”, gracias a los cuales un país puede
apropiares de una parte importante de la ventaja del comercio, se ha estudiado
hasta el agotamiento.
Sin embargo y más recientemente, los autores han señalado dos razones por las
que es muy difícil aplicar en la práctica esa teoría del arancel “científico”. Desde un punto de vista estático o de equilibrio general, se subraya hoy que la protección
efectiva que un arancel ofrece a un sector de la producción nacional queda
modificada por la protección otorgada a los insumos que necesita; así, la protección
concedida al acero se verá reducida si también esta protegido el carbón. Desde un
punto de vista dinámico, la protección pronto se convierte en un juego político de
suma negativa, en que cada grupo de interés pugna por mejorar su situación
respecto de los demás, a costa del crecimiento económico nacional y mundial.

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